La dulzura veleña y la suavidad de la guayaba se juntan para crear un delicioso manjar de color rojizo, que hace parte de la tradición de sus habitantes desde hace más de dos siglos. La textura suave de la guayaba y el sabor dulce de la caña de azúcar fueron los dos productos que sustituyeron el mercado del oro y abrieron paso a la comercialización de productos hechos a base de azúcar y de guayaba. A finales del siglo XVI, la creatividad de los habitantes de esta región acompañada con la necesidad de buscar nuevas fuentes económicas llevó a la creación de productos dulces y comestibles, que desde sus inicios, así como en la época actual, tuvieron una gran acogida por las personas que llegaban de otras partes. Desde ese momento, los veleños vieron en el árbol de la guayaba algo más que una fuente económica, un distintivo natural de su forma de ser: Dulces y agradables.

Hay que agregar también que la guayaba es originaria de América y en un territorio como Vélez, donde la tierra posee ese encanto mágico de la fertilidad, se da perfectamente y se cultiva de manera gradual todos los años.  Su característico sabor fuerte y la  textura suave han dejado una huella transferible en la historia de todos los visitantes que han probado el Bocadillo, tanto así, que en el año de 1828, el general Santander, luego de ser condenado al exilio por su conspiración contra Simón Bolívar, dijo en Europa: “Muy pocas cosas me hacen tanta falta aquí como el sabor de los veleños”. Denotando con ello, una comparación de dulzura, suavidad y sabor de la guayaba con sus habitantes.

Para su elaboración y producción, el bocadillo ha mantenido la costumbre artesanal que ha tenido desde sus cimientos: Obtención de la pulpa, mezcla, cocción, determinación del punto final, moldeado y empacado.

Para la obtención de una pulpa suave y de color rojo oscuro, se seleccionan las mejores frutas, luego se pasa al lavado y por último se le quita la cáscara para obtener una pulpa lista para la mezcla y cocción. La guayaba se cocina en fogones artesanales de leña o en calderas. En ese momento se le añade el azúcar y se bate hasta obtener una pasta lista para ser moldeada. Al final, las mujeres, que son las que han mantenido la costumbre durante más de cuatro siglos, moldean esa pasta hasta darle una forma cuadrada y, en algunos casos, rectangular. El bocadillo se empaca en una hoja de plátano seca que, según los seguidores de este comestible, le da un sabor a vegetal que complementa el sabor penetrante de la guayaba y hace más duradero este producto.