
Festival Nacional del Tiple y la Guabina.
Más que una festividad, llena de folclor, música y baile, es una celebración a la memoria histórica y cultural de los veleños. Ha sido parte fundamental en el crecimiento cultural de sus habitantes y ha sido eje del folclor nacional, al ser constituido como principal centro colombiano de atracción musical y de ahí el nombre como Capital Folclórica de Colombia. El Festival Nacional del Tiple y la Guabina se celebra todos los años en el mes de agosto. Tuvo sus inicios como festival nacional desde 1940, sin embargo, el apego por la música viene desde la época prehispánica, en donde los antiguos indígenas tocaban y bailaban al son de mandíbulas, que eran adaptadas como instrumentos de percusión, y flautas de caña. Vélez siempre ha mantenido intacto este amor por la música y antes del Festival, se hacían celebraciones en honor a Nuestra Señora de las Nieves, estas fiestas tenían el nombre de Fiestas Reales y eran celebradas, desde la llegada de los españoles, en casi todo el país en honor a la Virgen María. Era tan particular la celebración que la llegada de la víspera patronal se recibía con pólvora, juegos y el popular juego de la vaca loca – esqueleto de res adaptado con ruedas para ser llevado por una persona para arrollar al público, sus cuernos son encendidos con petróleo, para darle un poco más de peligro y emoción-. (Actualmente esta actividad ha sido retirada en varios municipios, por considerarse peligrosa). Las personas se reunían para celebrar su devoción a la virgen con los bailes típicos como la Guabina y el torbellino; llevaban puesto ropas muy coloridas, con sombreros de jipa, de ramo y de caña.
Gracias a la persistente ayuda de la señora Lola Olarte de Fajardo se logró que el Festival tuviera una gran acogida a nivel nacional. Su devoción por la música y la cultura hizo que se vincularan las mujeres campesinas que estaban marginadas del festival; con esta idea, se propuso añadir, también, el desfile de flores y se promovió el cultivo de estas por toda la región.
Así, las flores han contribuido a embellecer esta tradición. Las mujeres adornan sus trajes con ramos de flores amarillas y rojas que engalanan el tradicional desfile de apertura el dos de agosto. Cada comparsa lleva el nombre de las veredas que representan y estas llevan consigo canastas de fique, con productos de las fincas aledañas, carrozas tapizadas de pétalos y una infinita alegría que se trasmite de forma espontánea a todos los admiradores del lugar.

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